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El museo en Mallorca que convierte cada visita en un viaje distinto

14 junio, 2025
Por: Team Complot / fotografías cortesía Museo Sa Bassa Blanca

La brisa huele a sal y a piedra. A lo lejos, entre los pinos y el rumor del Mediterráneo, aparece un edificio blanco que no parece un museo. No hay escalinatas imponentes ni carteles luminosos. Solo un paisaje que se va abriendo, lentamente, a una experiencia estética distinta. Estamos en Sa Bassa Blanca, en las afueras de Alcúdia, Mallorca. Un lugar donde el arte no se contempla: se vive.

Creado por la Fundación Yannick y Ben Jakober, este museo propone un recorrido que no se parece a ningún otro. No hay una narrativa lineal ni una jerarquía entre las obras. Aquí conviven retratos infantiles del siglo XVI con esculturas monumentales al aire libre, máscaras rituales con instalaciones contemporáneas, y árboles milenarios con deseos escritos a mano colgando de sus ramas.

“Es una fusión de arte y magia al servicio de todos, incluso de aquellos que no conocen el arte”, ha dicho Ben Jakober. Y es una definición justa: en Sa Bassa Blanca no hay que “saber” para dejarse afectar. Basta con estar abierto a mirar, a dejar que el entorno —el natural y el simbólico— haga su trabajo.

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Una colección subterránea de rostros que miran

Uno de los espacios más conmovedores es la sala Aljub, una antigua cisterna reconvertida en galería. Allí habita Nins, una colección única de retratos infantiles de corte, pintados entre los siglos XVI y XIX en diversos puntos de Europa. Francia, Italia, España, Flandes, Inglaterra… cada obra conserva una solemnidad inquietante: niños que miran desde el pasado con una mezcla de gravedad y ternura, ataviados con trajes que cambian según la época, pero con una misma intensidad silenciosa.

Esta temporada, la muestra se enriquece con un contrapunto inesperado: una serie de trajes infantiles diseñados por Ágatha Ruiz de la Prada, que dialogan con las pinturas como si les dieran una segunda vida. El resultado no es solo visual: es un cruce entre historia, moda y emoción que interpela al visitante.

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Diálogos insólitos bajo tierra

Otra sala subterránea, Sokrates, plantea diálogos entre piezas de distintas épocas y orígenes. Una cortina de cristales Swarovski convive con máscaras rituales del Tíbet, África o Nepal. A primera vista, parecen inconexas. Pero el guion curatorial las vincula con temas urgentes: el cambio climático, los rituales de poder, el mercado del arte. El espacio es oscuro, pero el pensamiento se activa. No hay respuestas. Solo preguntas bien formuladas.

Arte al aire libre: piedra, sol y deseo

Si el interior del museo es denso y contemplativo, su exterior es puro juego. El Parque Zoológico reúne esculturas de granito diseñadas por Jakober y Yannick Vu, inspiradas en animales mitológicos y en fragmentos arqueológicos. El visitante pasea entre un hipopótamo egipcio, un toro asirio, un caballo con cuerpo de esfinge. Todo bajo la sombra de árboles nativos, entre caminos de piedra y flores silvestres.

Un poco más allá, las Estelas del Sol, hechas en piedra de Binissalem, se alzan como monumentos funerarios reconvertidos en símbolos solares. Hablan de energía, de tiempo, de transformación. Y en el antiguo jardín de rosas, ahora llamado OlivArt, veintidós olivos centenarios —de las variedades Lechín de Sevilla, Picual, Grosal y Hojiblanca— componen una instalación viva, una escultura natural que cambia con las estaciones.

Cerca de uno de los senderos, un árbol recoge deseos. Es el Wish Tree for Hope, una obra participativa con instrucciones autografiadas por Yoko Ono. Allí, los visitantes cuelgan sus esperanzas escritas, dejando que el arte los transforme en parte de la obra.

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Un museo con vocación europea (y universal)

A lo largo de los años, Sa Bassa Blanca ha recibido múltiples reconocimientos: la Medalla de Oro de la ciudad de Alcúdia, la Placa de la Fundación para la Promoción del Turismo de Mallorca, y una Mención Especial del Premio de la Unión Europea al Patrimonio Cultural. Pero más allá de los premios, lo que lo distingue es su vocación: compartir.

Las obras no se acumulan: se prestan. La colección no se guarda: se activa. La belleza no se impone: se descubre. Cada visita es distinta porque el museo está vivo. Cambia, se adapta, propone nuevas miradas. Invita tanto a quienes pisan Mallorca por primera vez como a quienes viven allí y buscan redescubrirla a través del arte.

En un mundo saturado de imágenes, Sa Bassa Blanca no grita. Susurra. Se deja encontrar. Y en ese gesto pausado, entre un retrato del siglo XVII y un deseo colgado en una rama, deja una impresión duradera: la del arte como forma de habitar el mundo.