Las series Narcos de Netflix y Deutschland 83 de Sundance Channel dan pistas sobre un fenómeno hasta ahora desconocido en la televisión norteamericana, aceptar la diversidad cultural viendo TV en un idioma que no es inglés. Parece que, partir de ahora, los norteamericanos van a leer subtítulos.
Un par de días después que el capo del cartel de Sinaloa, Joaquín “El Chapo” Guzmán humillara públicamente al gobierno mejicano escapando de la cárcel, la plataforma de programación online Netflix publicó el tráiler de su serie original Narcos. Este tipo de casualidades no se pueden planear, ¿o sí? Estrenada finalmente el 28 de agosto de 2015, Narcos sigue la historia de Pablo Escobar Gaviria, desde sus orígenes en la ilegalidad, como un contrabandista megalómano y sediento de dinero, hasta convertirse en el más prolífico y sangriento narcotraficante de las décadas de 1980 y 1990. Paralelamente, Narcos también cuenta la versión de la historia de Steven Murphy, un agente estadounidense de la DEA, encargado de capturar al infame jefe del cartel de Medellín.
Narcos es una producción altamente adictiva. Es una historia contada desde dos puntos de vista y, en un afán por impregnarla con cierto aire de autenticidad, también está contada en dos idiomas a la vez. Toda la historia política de Colombia, Escobar y el cartel de Medellín, los secuestros, coches-bomba, los atentados, la corrupción policial y sicariatos están ejecutados en castellano –algunos acentos paisa mejor logrados que otros. Por otro lado, la narración en off (un recurso hábilmente sustraído del Goodfellas –1990– de Martin Scorsese), las intrigas políticas gringas, el auge de la cultura de las drogas en Miami, su propagación al resto de Estados Unidos y la intervención de la DEA en la bautizada guerra contra el narcotráfico se practican en inglés.
Ya en 2013, The Bridge (FX) intentó la misma aproximación bilingüe al seriado policial. El desafortunado drama tex-mex, protagonizado por Diane Kruger y Demián Bichir, quienes intentaban resolver un crimen ocurrido en la frontera entre Estados Unidos y Méjico, sólo logró sobrevivir dos temporadas.
Aún más arriesgados que Netflix y el canal de televisión por cable FX son los ejecutivos del Sundance Channel, quienes este verano estrenaron Deutschland 83 (RTL). Considerada la primera serie alemana transmitida en su idioma original en este lado del Atlántico, Deutschland 83 narra con una sensibilidad pop fascinante la historia de un soldado de Alemania Oriental, en los últimos años de la Guerra Fría obligado a espiar a sus vecinos occidentales al otro lado del muro.
Según una vieja creencia popular, al público estadounidense no le gustan sus películas ni sus shows subtitulados. Se trata de un audiencia que, tradicionalmente, prefiere consumir un remake digerido en inglés antes que escuchar un idioma extranjero y leer las letras pequeñas en la parte baja de la pantalla durante 45 minutos a la semana. Sin embargo, Netflix confía en que existe un nicho para este género dramático bilingüe. Es decir: hay vida inteligente más allá del pie de limón en la cara, las risas pregrabadas y el héroe rubio incorruptible, todos coreografiados por el Tío Sam. Esto lo demuestran (cada una con distintos grados de éxito) algunos de los títulos originales de Netflix: Orange is The New Black, Marco Polo y Club de cuervos.
Deutschland 83 y Narcos están emparentados porque ambos representan un nuevo patrón de consumo de televisión en el mainstream gringo. Éstas dos son apenas las primeras grietas en la caída del muro de los subtítulos. También, ambas series se inscriben dentro de esta “Edad de Oro” de la televisión, un fenómeno que Estados Unidos parece estar descubriendo que no ocurre exclusivamente dentro del universo angloparlante. Esto lo demuestran series como la francesa Les Revenants (Canal+), o la danesa Fordbrydelsen (DR1) –lástima que más tarde las convirtieran en las menos fascinantes The Returned (A&E) y The Killing (AMC), respectivamente. Es posible que la cortina de hierro que los propios estadounidenses levantaron esté deshilachándose y que, como un nutrido sector de la audiencia latinoamericana aprendió hace rato, estén dispuestos a consumir sus subtítulos como niños grandes que son, sin refunfuñar tanto. Es el precio que hay que pagar por la autenticidad de la mercancía y, en verdad, no es tan elevado como parece.
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