Nueva-Dehli

Nueva Delhi, una aventura de película en el corazón de la India

27 septiembre, 2015
Por: Leonardo Dávalos Tamayo / fotografías: Mark Tomaras

En este viaje sucede todo lo imaginable, como en una aventura de película que te erizará todos los sentidos; un viaje entre cobras, elefantes, pavo reales, camellos, rickshaws, tuk tuks, lujo asiático y miseria desmedida.

Debo confesarles que toda la vida había soñado desde lo más profundo de mi alma en realizar un viaje a la India, pero nunca imaginé que ese momento llegaría sorpresivamente. Pero todo en la vida aparece en el momento adecuado.

Ya en el avión que nos llevaría de Londres a Delhi, rescato de mi memoria las palabras del, escritor y poeta británico nacido en la India y Premio Nóbel de literatura, Rudyard Kipling: “La primera condición para poder entender un país extranjero es olerlo”.

Y efectivamente desde ya puedo sentir que la India viene hacia mi en cada gesto y a cada minuto que transcurre ese vuelo. Entre las azafatas hay varias hindúes, y los platillos del menú de cena van acercando con olores y sabores la visita a mi destino. Luego de cenar, me acuesto a domir profundamente pues el vuelo es largo y se que tendré un día muy activo por delante. La confortable cama de British Airways me permite dormir hasta soñar con Mahatma Gandhi y aquel pensamiento que marcó mi vida: “Casi todo lo que hagas será insignificante, pero es muy importante que lo hagas”.

Al aterrizar siento como si el cuerpo y la mente estuvieran desconectados de la realidad, un poco como si fuera un zombi. El moderno aeropuerto nos recuerda que estamos en una de las economías mas grandes del planeta, con la segunda población mas grande del mundo, una cifra inimaginable de 1.200 millones de habitantes. Todo en este país ya parece ser muy peculiar y con dimensiones extraordinarias.

Los anfitriones nos reciben con un impecable protocolo al arribar a las siete de la mañana, medio dormido, al Hotel Imperial en Nueva Delhi.

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la piscina del Hotel Imperial

Delhi y Nueva Delhi, las dos caras de una misma moneda.

Me llaman la atención, aún en estado somnoliento, las extremas medidas de seguridad que son tomadas desde nuestra llegada. Incluso para acceder al hotel inspeccionan el vehículo con un detector de explosivos, y accedemos al lobby a través de un detector de metales, luego de ser bienvenidos por un grupo de porteros ataviados a la usanza de la India Imperial.

El Hotel Imperial, es uno de los más lujosos edificios de la ciudad. En sus espacios el Emperador Jorge VI firmó la Independencia de la India en 1947. Su extensa galería de retratos, ilustraciones y fotografías de la época, nos conduce a recorrer la historia del país en el camino a nuestras habitaciones.

EL cuerpo adolorido, como si un tanque de guerra hubiese pasado por encima de él, con mareo y jet lag exige cama. El reparador descanso se extiende hasta entrada la tarde. Luego una cena ligera me ofrecen una gentil invitación a reencontrarme nuevamente con mis sueños.

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El desayuno en el Hotel Imperial

Amanece y nuevamente el jet lag toca a mi puerta, es hora de levantarse aunque sean tan solo las seis. En la ducha debo recordar la asombrosa advertencia: “No abran la boca mientras se duchan ni se cepillen los dientes con el agua del grifo. Utilicen unicamente agua embotellada durante todo el viaje”. Obviamente asumo con absoluta paranoia las debidas precauciones. El espléndido desayuno en el hotel digno de un Maharaja, te hace vivir un momento imperial, tanto por el espacio, la comida, cómo por el servicio y los uniformes de los camareros. Allí escuchamos de otros los relatos de aquellos que hicieron caso omiso a las advertencias. No queremos dar aquí mucho detalle de todo lo que sufrieron, se lo pueden imaginar: malestar estomacal, dolor de cabeza, fiebre entre otros inconvenientes. De manera espontánea se comienzan a repartir e intercambiar pastillas, medicamentos y recomendaciones entre los que estamos presentes. Empiezo a intuir con temor que esas precauciones serán la constante de este viaje.

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Ricshaw, tuk tuk y bicicletas en el centro de Dehli

Salimos de paseo por la ciudad con un sol radiante y un calor inclemente. Es verano y sabemos por la humedad que danza en el aire que el monzón nos pisa los talones. Afortunadamente estamos protegidos en la van de lujo que nos conduce por la solemne Avenida Raipath o Camino de los Reyes que se extiende desde la Puerta de la India hasta el Palacio Presidencial. Muy cerca se encuentran las embajadas más importantes. Grandes avenidas, plazas, verdes jardines, y edificaciones de color rojizo plenan el paisaje urbano de Nueva Delhi. Es la ciudad capital que fue planificada y fundada por los ingleses en 1911, cuándo trasladaron la sede del gobierno desde Calcuta hasta el sur de la antigua ciudad de Delhi.

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La mezquita Jama Masjid

En Nueva Delhi no se adivina jamás lo que se encuentra al otro lado de la ciudad: el centro de Delhi, al lado de la mezquita Jama Masjid, donde se emplaza el área urbana original. Allí reina el caos, el ruido incesante de cientos de miles de bocinas de carros, camiones, tractores, motos, los rickshaws (coche para dos personas arrastrado por un ciclista) y los tuk tuk (la versión motorizada de los rickshaws), que transitan indiscriminadamente en todas las direcciones sin importar ningún tiempo ni espacio. Paramos en la mezquita, nos despojamos de nuestros zapatos y somos cubiertos por telas multicolores, muy especialmente las mujeres del grupo. A la salida, nos aventuramos en un rickshaw. Es una experiencia cinematográfica intensa, es como un golpe, una explosión de miles de emociones. Paseamos entre la mugre que impregna las estrechas calles, abarrotadas de todo lo inimaginable: cientos de miles de personas, carros, camiones, buses, vacas, camellos arrastrando pesadas cargas, burros, mulas, y más gente que sale de todas partes y se sienta y come en esas calles, dónde venden comida, pasamanería, telas, adornos, collares, frutas tropicales, souvenirs, y una multitud de mujeres y niños que piden dinero, que nos miran como si fuéramos estrellas de Hollywood. Por momentos uno duda si no están en lo cierto y estamos en un escena de una película; nos toman fotos mientras nosotros se las tomamos a ellos.

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Paseo en rickshaw por Old Dehli

El ruido abrumador, el sucio, los olores de las cloacas, la falta de orden de ningún tipo, me causan vértigo. Siento que vamos a atropellar a alguien o que el conductor caerá en una alcantarilla abierta. Siento el rápido palpitar de mi corazón agitado, el riesgo de sentirme parte de ese caos que lo devora todo. Miro hacia arriba y veo zamuros que vuelan por todas partes entre cables de alta tensión que cuelgan por miles encima de nosotros. Calles que siguen desbordadas por una vorágine de ruido, bueyes, monos, gente, fuerte olor a comida y especies, mujeres vestidas de mil colores y mendigos entre un laberinto de estrechísimas vías, sin entender bien cómo cabe todo esto en un mismo instante y un mismo espacio. Hasta que al fin el conductor se detiene y el paseo llega a su fin. Respiro profundo, estamos todos con vida. No lo puedo creer. Me siento triunfante, todo ha sido extremo, riesgoso, una locura cinematográfica real, pero sobrevivimos al mas puro estilo Indiana Jones en Cazadores del Arca Perdida. !Qué éxito!, digo para mis adentros.

El recorrido -gracias a Dios- continúa en la van, y admiramos la tumba de Humayun, el palacio presidencial Rashtrapati Bhavan, la Puerta de la India, el Fuerte Rojo. Ha sido mas que suficiente por un día. De regreso al hotel solicito con urgencia un masaje para relajar cada nervio, tendón y músculo de mi cuerpo. El fantástico spa del Hotel Imperial es todo un lujo asiático.

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Nueva Dehli

Mi masaje será el ayurvédico de pot, un masaje medicinal que se inicia sentado en una silla, mientras el masajista ora y pide bendiciones para mí.

Prosigue untándome con un aceite la cabeza y luego masajeando con el mismo aceite todo el cuerpo, hasta finalizar con suaves golpes con una bolsa caliente de hierbas medicinales, llamada pot. Este masaje me deja relajado al extremo, no estoy seguro si es por las yerbas, el aceite o porque quizás nunca antes había necesitado tanto un masaje, pero aquel fue el mejor que recuerdo hasta la fecha.

Una deliciosa cena y unos fantásticos cocteles hacen de aquella, una noche de grata conversación. Estamos en la India -dice una chica colombiana- así que todos deberíamos comprar unas pashminas. Todos asentimos inmediatamente. De ahí en adelante este viaje podría titularse: “A la búsqueda de la pashmina perdida”, pues desde esa noche se inició una obsesión con la compra de las pashminas y se apoderó de nosotros como una suerte de fiebre del oro.

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Nueva Dehli

Al día siguiente, iniciamos la pesquisa en uno de los elegantes coches negros estilo imprerial con chofer uniformado, que nos llevaría en un recorrido por los lugares donde podríamos conseguir los chales. En la India se conduce del lado izquierdo cómo lo hacen en Inglaterra, naturalmente no con el mismo orden y pulcritud de los británicos. Llegamos al conocido Khan Market, el lugar más elegante de la ciudad, una especie de Bal Harbour Shops o Rodeo Drive versión Delhi. El caos local se extiende incluso hasta esta lujosa zona de compras. Hay de todo: tiendas de ropa, telas, electrodomésticos, mercados de delicatesses, joyerías finas, bazares, tiendas de accesorios de casa, regalos, juguetes. Gracias a la persistente búsqueda de la pashmina aprendemos dos cosas fundamentales. Primero que siempre hay que regatear en la India, y segundo que existen diversas calidades de ellas. Reconocer cada una será el desafío. La auténtica es confeccionada a mano con pura lana de cashmere, obtenida de la barbilla de la cabra. Y obviamente son muy costosas. Finalizado el tiempo en el Khan Market sin éxito en nuestra búsqueda, nos mudamos a un barrio residencial muy exclusivo, en el cual se aloja una pequeña tienda, donde nos aseguran consigueremos lo que buscamos. Según los conocedores es el lugar favorito del Príncipe Carlos de Inglaterra y su esposa Camila. Allí luego de largas horas de negociaciones y de haber visto unas dos mil pashminas de todo tipo, salimos contentos con nuestro botín, un lote de chales y bufandas de cashmere para repartir entre todos.

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Portero del Hotel Imperial

Regresamos al hotel apurados para llegar al té de las 5 de la tarde, continuando el ritual imperial británico. Exquisitos petit fours acompañan nuestra lujosa merienda. Una ducha de boca cerrada, cambio de look y cena en The Spice Route, el restaurant pan asiático del hotel, catalogado como uno de los diez mejores del mundo en su estilo. Un espectacular festín, que incluye platillos de varias regiones de Asia.

Esa noche queríamos salir a recorrer los bares y conocer la noche en Delhi, pero el destino quiso que no fuera así. Tres bombas explotan esa misma tarde en Bombay matando a 23 personas y dejando numerosos heridos. Lógicamente no sería prudente salir, pues acto seguido a las bombas, los terroristas amenazan con atacar la capital. El Hotel Imperial, un target ideal para ellos, es inmediatamente rodeado por centenares de policías y militares, al igual que el resto de la ciudad.

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Elefantes en las calles de New Dehli

Afuera un silencio y una tensa calma gobiernan la noche de Nueva Delhi. Mientras que dentro, en nuestro palacio de mármol, entre sedas y velas, los anfitriones despliegan un fastuoso banquete de música, bebidas y comida para entreternos. No obstante, el temor me asalta entre cada trago, cada bocado pensando que esa misma noche podría ser protagonista de un secuestro o atentado terrorista como los que hemos visto tantas veces en los noticieros. Esa noche se nos hace infinita. Son las cinco de la mañana, si sobrevivimos la noche, significa que estaremos a salvo. Aún no amanece y aún el bar extiende champagne, escocés en las rocas, y vodka a los más alegres. Entonces decido unirme, olvidarme y continuar con esta aventura inolvidable, única e irrepetible. No sé por qué presiento que algún día volveré a esta misma escena, a vivir quizás alguna otra aventura. Lo que sí es seguro es que voy a recomendar a todos visitar este país. Aunque sea una vez en la vida.

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