China es el país con la economía más importante y grande del mundo, y allí nos encontramos con la más moderna, cosmopolita, vibrante y gigantesca ciudad de ese país: Shanghai. Es el escenario ideal de una película futurista, localizada en el delta del Río Yangtze, la urbe crece a lo alto, largo y ancho de este territorio, dando cabida a más de 25 millones de personas, convirtiéndola en la tercera ciudad más poblada del mundo. Recorre Shanghai junto a nosotros, y descubre la imagen del centro económico y financiero de China, y una de las ciudades mas poderosas de Asia y del planeta.
Era de noche cuando la azafata nos ofrece la cena, o quizás almuerzo o desayuno. No estoy seguro. Es que cuando uno viaja 17 horas a través del tiempo, la distancia y las horas, incluso los segundos y todo lo que hacemos durante ese tiempo, se convierte en relativo. Pues esa misma noche, mientras tomamos nuestra comida, pensamos que ya faltan pocas horas para aterrizar en el otro lado del mundo. Ese que conocemos por la historia, los libros y las películas. China está cerca de nosotros, la sentimos en las nubes que nos rodean.
Con un discreto rostro trasnochado respondemos las preguntas del funcionario de inmigración. Es muy joven, con una sincera sonrisa nos da la bienvenida acabando con la antipática imagen que teníamos de la China comunista. Y este es solamente el inicio. Afuera nos espera un mar de gente, asiáticos en su gran mayoría, por lo que distinguir al cartel de nuestro chofer del de otros cientos parecidos demora más de lo usual. El trayecto al hotel es largo e impresionante. Shanghai es la gran megalópolis del futuro, parece infinita ante nuestros ojos.
Llegamos al Hotel Ritz Carlton directo a refrescarnos y beber algo en el lounge del piso 16, desde dónde observamos la notable contaminación que se levanta como una gran nube gris que lo envuelve todo. La miramos de lejos. Nos preguntamos ¿cómo sería la Shanghai de Spielberg y Christian Bale en El Imperio del Sol? Muy pronto lo veremos. Una ducha rápida para salir a la calle a descubrir con placer culposo que estamos en una fantástica zona de compras de la ciudad, Nanjing Road, en la cual Gucci, Prada, Dolce & Gabbana, Rolex, Tag Heuer, Cartier, Ferragamo, boutique tras boutique desfilan por las calles, junto a centros comerciales ultra lujosos. Entro a uno, para sentir lo que uno se ha imaginado siempre en el Medio Oriente. Pero nunca pensé encontrar en Shanghai mega tiendas de marcas de lujo de dos y tres niveles. Dior, Chanel, Dior Homme, Louis Vuitton, Versace, Valentino, Hermes, y el infinito de marcas de lujo se extiende en cinco pisos de frenesí consumista para una clientela china ansiosa por vestir una marca que los identifique y diferencie del resto de las decenas de millones de habitantes de esta megalópolis asiática. Una etiqueta, un logo, cualquier cosa que les dé estatus. Soy testigo de ese consumo ávido, acelerado, que tiene lugar en todas las tiendas de marcas de moda. Pero no se equivoquen, no es solamente moda. Se consume de todo, carros de lujo, joyas, relojes, celulares, electrodomésticos y naturalmente propiedades inmobiliarias. Una ciudad que no consigue espacio para encontrarse consigo misma, tiene a su tierra como un bien muy preciado. Los apartamentos nuevos sobrepasan el millón de dólares. Y se construye por todas partes. Se van arrasando los barrios antiguos originales de casas de vecindarios humildes y serenos para dar paso cada minuto a un monstruoso edificio residencial o de oficinas.
Es la primera noche, son las 7 y media, ya siento el primer golpe suave de cansancio. El encuentro con los anfitriones, viejos amigos, anima la salida al lujoso restaurante M en el Bund. Localizado en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, la terraza del local nos recibe con la escena de la película Misión Imposible III, una cinematográfica vista del skyline de Pudong lleno de vida, de luces. Abajo en el paseo peatonal de Bund junto al río que nos separa de la Riviera de la espectacular zona iluminada, caminan cientos, quizás miles de personas que disfrutan una noche con un clima muy agradable. Arriba nosotros contemplamos el paisaje nocturno con admiración, exclamaciones, suspiros y nuestra cámara que no para sus clicks. La bandera roja china ondea al viento sobre nuestra mesa. La comida –aunque es impecable– pasa por momentos a un segundo plano. La vista sin duda se roba la escena. Es una primera noche llena de magia.
En la mañana luego de un suntuoso desayuno, nos aventuramos con el grupo a recorrer los vecindarios de Shanghai en bicicletas. Parques, tiendas de diseñadores de moda locales, mercados de pulgas, abastos, tarantines callejeros, vallas publicitarias, edificios lujosos de mucha pretensión, y hasta paseamos por un humilde hutong, cuyos días como uno de los pocos barrios antiguos de la ciudad están contados, asfixiado por el indetenible crecimiento de la ciudad. Luego de unas horas vamos a almorzar a un restaurante de comida china tradicional pero con ambiente moderno: Ye Shanghai. Sirven, como es tradición, varios platos. No obstante lo mejor del almuerzo son los famosos dumplings.
En la tarde decido ir a un shopping especial de varios pisos con miles de pequeñas tienditas donde ofrecen desde ipads, maletas, trajes para esquiar, abrigos de piel, zapatos deportivos, carteras de firma, relojes, vajillas y porcelana, sedas, tés, franelas con la cara de Mao y la estrella roja comunista, y un infinito al infinito de mercancía de todo tipo y calidad. No es difícil adivinar que se trata de imitaciones chinas de cuanta marca existe en el mercado. Compro un forro para el celular luego de diez minutos de negociación en el cual el precio baja de 180 a 15 yuanes. Aproximadamente por lo que pedían 30 dólares pagamos poco más de 2. “Amigo tú muy tacaño”, “eto etá muy balato, balato”. Sentencia la vendedora con nuestro dinero en mano. Ya fui advertido que en estos mercados se debe negociar hasta obtener el precio que uno quiere pagar. Luego de esta breve comedia nos imaginamos lo que de verdad cuestan las cosas en este país y la fortuna inmensa que ellos amasan fabricando todo lo que el mundo entero consume.
Esa noche salimos al Bar One Constellation, un pequeño y acogedor local, en el cual tenemos la oportunidad de probar un par de cocteles de inspiración asiática de la autoría de dos mixólogos chinos. Con el sabor y el ánimo despiertos, nos enrumbamos a cenar nuevamente en la ultra chic zona del Bund. Esta vez en el exquisito restaurante italiano Otto E Mezzo, probamos un banquete de degustación de siete deliciosos platos. Todos con una presentación impecable y un maridaje de vinos italianos a la par de exquisitos. Té y a dormir profundamente como un bebé.
A la mañana siguiente, luego del desayuno, nos vamos a la estación ferroviaria para tomar el tren bala que nos llevaría a Hangzhou, una hermosa ciudad vacacional a 202 kilómetros de distancia, que acortamos considerablemente a una velocidad de 310 km/h. La experiencia de viajar en el vagón de primera clase es muy similar a la de volar en business class en un jet. Y con ese confort y rapidez llegamos sin darnos cuenta en menos de una hora. Su belleza principal radica en sus escenarios naturales con lagos, bosques, las aguas del río, y el verdor generoso y poético de sus campos de té. Quizás por ello Marco Polo en el siglo XIII se enamoró de Hangzhou describiéndola como “la ciudad más fina y noble del mundo”.
Fuimos invitados a recorrer una plantación de té. Sin duda alguna al encontrarnos en medio de semejante oasis detenemos la acción, el pensamiento y la respiración mientras nuestra mirada se pasea entre los versos de este fabuloso poema verde y generoso. No pasaría mucho tiempo para encontrarnos sentados en una ceremonia de té, donde aprendemos como tomarlo, servirlo y aprovecharlo.
Antes de darnos cuenta llegamos a almorzar en el fastuoso Hotel Four Seasons de Hangzhou. Un hotel tipo palacio chino, con unos fantásticos jardines. Un extenso y almuerzo nos obliga a cancelar el paseo en bote por el Lago Oeste. Me comenta un amigo chino “una razón para regresar. No se debe hacer todo en un solo viaje, porque sino no regresas”. Sabio consejo. Con estas palabras en la cabeza regresamos a Shanghai en nuestro tren bala.
Tiempo justísimo para un baño relajante-estimulante, cambio de look, y a la calle de nuevo. Esta vez a cenar en el lugar de mayor expectativa para nosotros en Shanghai. En el mismo elegante barrio que paseamos en bicicleta se encuentra a forma de embajada Johnnie Walker House. Una suerte de paraíso para los amantes de este fantástico elixir. Con un diseño y ejecución impecables, esta casa de dos pisos, sintetiza fielmente la historia y origen de las bebidas de Johnnie Walker utilizando los colores, las texturas, el mobiliario, la iluminación, y demás elementos que plasman sin equivocaciones el espíritu de la casa Walker. Una cena dispuesta en un largo mesón en el segundo nivel al lado del bar, a manera de suculento banquete oriental. Por nuestros ojos desfilaron infinitos platos y manjares chinos. Incluso algo que nunca habíamos visto en nuestro plato: tortuga de caparazón blando a la brasa con salsa de ajo, francamente apenas lo probamos, y no queremos recordar su sabor.
Se ofrecen habanos a los más festivos y animados, con salida al Bar Rouge a tomar unas copas y conocer el estilo de vida nocturno. Del resto de la noche les podemos comentar que nadie bailaba esa noche. Esto junto al cansancio y jet lag hicieron estragos en el grupo. Tiempo de recuperarse, pausa nocturna para continuar nuestro viaje a Beijing.
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