Hay hoteles que regresan al mundo como si siempre hubieran estado allí, aguardando su segunda vida. The Shelborne by Proper —que reabrió sus puertas en mayo tras una renovación de 100 millones de dólares— es uno de ellos. Reimaginado con inteligencia, sensibilidad y respeto por su legado, este histórico refugio sobre Collins Avenue encarna la esencia de un nuevo Miami: más sereno, más sofisticado, pero igual de magnético.
Construido en 1940 por Igor Polevitzky y ampliado en los años 50 por Morris Lapidus, el Shelborne fue pionero del art déco tropical y el estilo Miami Modernism (MiMo). Fue también testigo de la época dorada de Miami Beach, cuando la ciudad se consolidaba como destino global de glamour y cultura pop. Por sus pasillos pasaron Sinatra, Monroe, los Beatles. Hoy, bajo la dirección de Proper Hospitality, esa historia se honra sin nostalgia. Se recupera, se actualiza, se celebra. No es casual que el hotel haya sido recientemente incorporado al portafolio de Design Hotels™, consolidando su lugar dentro de una red global de alojamientos que destacan por su carácter único y sensibilidad estética.


“Estamos orgullosos de presentar la distintiva combinación de lujo y hospitalidad enfocada en el diseño que caracteriza a Proper Hospitality en el corazón de Miami Beach esta primavera”, expresó Brian De Lowe, cofundador y presidente de Proper Hospitality. “Con The Shelborne by Proper, le estamos dando nueva vida a un ícono de Miami, fusionando un diseño atemporal con un espíritu contemporáneo que construye comunidad a través del arte, la gastronomía y el bienestar.” Esa es, en efecto, la atmósfera que se respira en todo el hotel: un equilibrio entre lo clásico y lo nuevo, entre lo visual y lo vivido.
La renovación fue encargada al estudio ADC Atelier, fundado por Aaron David Clarke (ex-Soho House) y Marta Tuneu (ex-LVMH). Su enfoque cruza las disciplinas del interiorismo, el diseño gráfico y la moda. El resultado no es solo estético, sino conceptual: una nueva narrativa visual que conecta el pasado con una sensibilidad contemporánea.


Se conservaron elementos emblemáticos como la fachada original de la calle 18, la plataforma de clavados junto a la piscina, y detalles del trazado arquitectónico. Pero lo que define esta nueva etapa es la coherencia. Desde los materiales nobles —mármol Perlino, travertino, madera clara— hasta los textiles, las luminarias y los uniformes del personal, todo está alineado bajo una misma mirada estética. Incluso las llaves de las habitaciones —unos pequeños cuadrados de madera— forman parte del relato visual.
El diseño es integral y contenido, nunca exagerado. No hay estridencias ni gestos grandilocuentes. Lo que predomina es una sensación de calma, orden y sofisticación. Los pisos, por ejemplo, no son simplemente de mármol o terrazo: cada tramo está compuesto por patrones geométricos que se repiten con variaciones a lo largo del edificio. Hay intención en cada textura, en cada color, en cada línea.


Durante nuestra estadía como invitados especiales, lo que más nos sorprendió fue esa atmósfera de bienestar que se siente en el aire. Todo está dispuesto con cuidado y buen gusto. El servicio es discreto, amable, eficiente. La limpieza, impecable. Los espacios comunes —el lobby, la piscina, los jardines— transmiten una elegancia relajada, como si nada estuviera allí por obligación, sino por placer.
Las 251 habitaciones —incluidas suites, townhouses y villas— son amplias y bañadas por la luz natural. Las ventanas enmarcan vistas abiertas del océano y la ciudad, mientras que el mobiliario combina piezas vintage con diseños a medida. Las paredes están adornadas con obras de artistas emergentes, en su mayoría latinoamericanos, como Lauren Shapiro, Jessy Nite o Regina Jestrow. En las habitaciones, las cerámicas artesanales de Clara Arbuniés y Carly Graceffa aportan textura y calidez. Todo contribuye a una experiencia sensorial envolvente.


En gastronomía, el proyecto aún está en evolución. El restaurante y el lounge principal abrirán en septiembre. Mientras tanto, hay espacios funcionando con solvencia, como la terraza del desayuno, que ofrece un menú amplio, saludable y deliciosamente ejecutado. Platos frescos, ingredientes locales y preparaciones que equilibran lo clásico con lo consciente. Es, sin duda, una de las mejores formas de comenzar el día en Miami.
El bar del lobby, por su parte, propone una carta de vinos y cócteles de gran nivel, curada por el premiado mixólogo Christopher Lowder. Entre las opciones destacan el Manhattan añejado en coco y un espresso martini con tequila y fresa. La ambientación —entre club privado y galería de arte— lo convierte en un espacio ideal para conversar, mirar o simplemente estar. Sin embargo, la carta de comidas resulta limitada y algo repetitiva, lo mismo que ocurre en el Pool Bar. Es una observación menor, pero pertinente: un hotel de esta categoría merece una cocina tan afinada como su diseño.


La propuesta gastronómica completa estará liderada por el chef Abram Bissell, reconocido por su trabajo en Eleven Madison Park, NoMad y The Modern. Su enfoque combina sabores de América Latina y el Caribe con técnicas contemporáneas. Si lo que ya está es un adelanto, todo indica que The Shelborne by Proper será también un destino gastronómico en el mapa de South Beach.
El hotel cuenta además con un completo fitness center, un programa de bienestar, acceso a un beach club privado con servicio completo, y más de 30.000 pies cuadrados para eventos y celebraciones frente al mar. Cada espacio está pensado para habitarse con placer, sin apuro.

Pero más allá de los metros cuadrados, lo que hace de The Shelborne by Proper un caso singular es su capacidad para reunir diseño, memoria e identidad local en una propuesta que no cae en el cliché. Es un hotel que no sigue tendencias: las interpreta, las transforma, las trasciende.
Es un lugar donde el lujo no se impone, se insinúa. Donde el diseño no brilla, respira. Y donde la experiencia no se vende, se vive.



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