relampago del catatumbo

El Relámpago del Catatumbo, viaje al centro de la tormenta (I parte)

9 septiembre, 2015
Por: Texto y fotografías: Ana María Khan / Fotografía del relámpago: Alan Highton

Durante 260 noches al año cada segundo caen entre 30 y 60 relámpagos sobre el Lago de Maracaibo. Cada uno de ellos ilumina el cielo con la fuerza de un millón de bombillas de 100 vatios creando un espectáculo meteorológico merecedor de un Récord Guinness. Un experiencia única en el mundo.

 Hay gente que mira al sol con los ojos cerrados.

Dicen que en Nuevo México alguien quería descargar el cielo e hizo instalar 400 postes de acero inoxidable en una hectárea del alto desierto solo para atraer rayos. ¿Cuáles fueron las intenciones de Walter de María -un tipo que hacía eso que llaman arte minimalista, land art y que, también tocó la batería, con los Velvet Underground- cuando creó The Lightning Field? No lo sé. Tal vez solo quería sentarse a ver los destellos. Sentir en la retina el fulgor que produce una descarga eléctrica. Muchas, una tras otra, todas a la vez.

relampago, catatumbo, maracaibo

 1Ver cómo se hace la luz en la oscuridad

A eso vinimos todos y cada uno de los que estamos acá: a ver un resplandor que se repite incesantemente durante 260 noches, algo llamado el Relámpago del Catatumbo. Es por él que atravesamos juntos las tierras que van desde El Vigía, en los Andes venezolanos, hasta el sur del Lago de Maracaibo. A nuestro alrededor todo es verde: Verde Hoja de plátano, verde hoja de mango, verde hoja de cacao, verde lechosa. Alan Highton, nuestro guía, también conocido como “Alan Conda” (apodo que es último vestigio de los tiempos en los que se creía el “Indiana Jones de la selva tropical”), va contando en ingles hacia dónde nos dirigimos. Ahora mismo, nada de explicaciones científicas, nos vamos directo a buscar el único remedió contra el calor que se conoce en tierras venezolanas: cerveza. Una vez apertrechados seguiremos nuestro camino a Puerto Concha. Ahí daremos inicio a un largo viaje acuático que nos llevará a otro Lightning Field: el sur del Lago de Maracaibo.

Aprovecho la parada para darle un vistazo a mis compañeros de viaje. Una rubia en flip flops y shorts de jean, tan cortos como el calor lo permite, va de la mano de otro rubio fornido y con unos shorts tan cortos como el concepto de la masculinidad más heterosexual lo permite. Por Venezuela va un grupo de señoras, todas armadas de grandes cámaras y supongo que un equipaje compuesto por muchos lentes, disparadores y ropa adecuada para un viaje por la selva. A saber, pantalones cargo y camisas marca Columbia. Las señoras, amabilísimas a más no poder, van con pantalones de largo acorde a su edad, botas para caminar, cabellos recogidos y labios pintados. Un varón las acompaña. No lleva cámara.

 Solitario, mirando al sol con los ojos cerrados está el que no habla. Su cuerpo, sin embargo, es una cartografía de picadas de mosquito que insiste afanosamente en modificar con sus dedos. Se da y se da y se da tanto en cada una de las heridas, que por momentos me provoca ir corriendo y darle un golpe en la mano. No lo hago porque me quedo viendo cómo, mientras todos los demás van ligeros a buscar una cerveza, baja de nuevo los párpados y busca al sol como si nunca antes hubiera sentido su presencia en la piel.

 El que no habla se llama Tuk. Viaja solo. Como yo.

 

relampago, catatumbo, maracaibo

2- Monos, garzas, águilas, gavilanes, mariposas y libélulas

Tras dos horas de camino llegamos a Puerto Concha. La palabra puerto, pienso en un primer momento, parece excesiva para un lugar que apenas podría ser catalogado de embarcadero. Pero, atajo mis prejuicios de inmediato, habría que pensar qué significa el término puerto: un lugar desde donde partir, un lugar adonde llegar. Un sitio de tránsito. Desde ese punto de vista hasta mi cuerpo es puerto.

En fin, dejemos la filosofía barata de lado.

Puerto Concha es apenas una estación del viaje que nos llevará a ver la mayor atracción meteorológica del mundo, el lugar con el Récord Guinness a la mayor concentración de rayos del planeta. Para decirlo en cifras: Durante 260 noches al año, por un lapso de tiempo de hasta de 10 por horas, sobre el Lago de Maracaibo se desata una apasionada cúpula de vientos que origina una serie de tormentas que arden a razón de entre 30 y 60 rayos por minuto, casi tres mil por hora. Cada uno de ellos tiene una potencia que puede ir de 10.000 a 200.000 amperios. Si pensamos que cada rayo fulgura en el cielo con la fuerza de un millón de bombillas de 100 vatios, resulta fácil imaginar el espectáculo. Tan poderoso que puede verse hasta a 500 km. de distancia. Es decir, desde Aruba.

 Antes de asistir a la maravilla, nos embarcamos en una lancha para transitar por ella. Entramos en el Parque Nacional Catatumbo a través de un bosque inundado llamado Concha. El cielo azul se refleja en el agua, la selva se refleja en el agua. En torno a nosotros, a pesar del sonido de las lanchas, se siente eso que podríamos llamar el rumor de la naturaleza: el correr del viento, el ruido de las cosas al caer sobre el agua, silencioso se siente el correteo de los monos sobre los árboles, el vuelo de los pájaros, el zumbido de las libélulas que nos acompañan, el deambular de las mariposas. A pesar de las temperaturas (puede llegar hasta a 40 grados si se tiene mucha mala suerte) y del sol inclemente, es difícil no conmoverse con la fuerza del lugar y si el calor aprieta mucho, ya conocemos el remedio: cerveza.

En el camino Alan va mostrando la fauna que nos rodea. Vemos monos araguatos, las pequeñas babas del Catatumbo, gavilanes colorados, la bellísima garza morena, unos pajaritos negros llamados cormoranes y águilas pescadoras. Las venezolanas resultaron ser un grupo de estudiantes de fotografía y cada rato nos detenemos a buscar una instantánea. La pareja de rubios son unos casados australianos que decidieron tomarse un año sabático para recorrer el mundo como luna de miel. Llegaron a Venezuela por la Guajira Colombiana y una de las metas que se habían trazado antes de salir de las antípodas fue tomarse una foto romántica con el relámpago de fondo.

Tuk, sigue sin hablar.

Catatumbo, relampago, maracaibo

3- Por el amor de una mujer

Se acaba la selva. A nuestro alrededor todo es agua. Es como si fuera el mar. Uno que no es azul, se extiende por 13.800 km² y lleva dentro de territorio venezolano unos 36 millones de años. Aunque el Lago de Maracaibo alberga cerca de 15 mil pozos petroleros, ahora mismo se parece al fin del mundo: no hay nada, no hay nadie, ni señal de teléfono.

El único vestigio de vida es una planta que cubre al lago como una alfombra. Son las reverberaciones que produce el peso de la lancha sobre el agua las que rompen este manto. Uno hermoso signo de vida y no de muerte. Pero, la Lemna Obscura es un signo de contaminación. Una suerte de predador vegetal que aparece en ambientes ricos en nitrógeno y su presencia en grandes cantidades, explica la voz de Alan, va mimando lentamente los ecosistemas, al quitarles la luz y contaminar con su descomposición el lecho del lago.

Alan Highton es flaco pero fibroso. Pertenece al reino de esas personas que ya no tienen edad. A ratos parece un muchacho y a ratos un hombre ya muy grande. Sonríe mucho, habla otro tanto y ama este lugar como se quiere a un compañero de vida. Mientras habla, de la nada aparece una manada de maripositas amarillas que, según nos cuenta, forman parte de la familia Pieridae. Las miro pasar, me pregunto: ¿cómo llegó un surfista de Barbados a este fin de mundo?

“Por el amor de una mujer”, como diría Julio Iglesias. Fue un sábado, estaba sentado en las afueras de una discoteca, cuando la mujer más bella que había visto en su vida se sentó a su lado y le habló. Ingrid huía de las impertinencias de un niño rico caraqueño. Así selló su destino y el del chico surfista.

Si en 1981 durante su primera visita a Venezuela sólo hubiera visto Caracas, no estaríamos contando esta historia. Pero, tras veinte días en el infierno urbano, desde el avión divisó los picos nevados de Mérida. Luego, en sus paramos encontraría algo casi tan valioso como el amor de su esposa. Mariposas. Cientos de ellas. Así fue como el niño que cazaba lepidópteros escapados de tierra firme en Barbados se encontró con diversidad tropical. El doce de junio de 1982 se despidió de su mar con una visita a los acantilados Poco tiempo después estaba en Zea, a 900 metros sobre el nivel del mar, trabajando en la granja de su suegro. En las tardes cazaba mariposas. Noches y madrugadas veía un resplandor que solo años después supo se llamaba el Relámpago del Catatumbo.

para continuar leyendo el Relámpago del Catatumbo, haz click aquí

Palafitos, Lago de Maracaibo, Catatumbo